Caucho
La goma que cubría mi cuerpo
me delató ante el ángel experto.
Mi piel parecía de caucho,
como la de una Afro Barbie de Mattel,
brillando bajo los rayos del astro mayor.
Mis extremidades lucían tonos púrpura.
Mis manos, frágiles y delgadas,
habían perdido toda flexibilidad…
y con ellas, mi antiguo cuerpo atlético.
Las puntas de mis dedos estaban llenas de llagas.
Mi rostro, blanco, muy blanco,
era incapaz de aceptar los regalos del sol.
Sin embargo, mi ángel reconocía esta nariz que tanto me gustaba,
reconocía esta minúscula boca
y estos dientes,
los antagonistas de este nuevo rostro.
Digresión: La Fea de Punta Cana
Una vez conocí a una mujer con las encías prominentes,
dientes sobresalientes…
Según yo, estéticamente desagradables.
Juro que nunca dejé de pensar en ella,
en lo "fea" que era.
En lo desproporcionado que, a mis ojos, era su rostro.
Me preguntaba por qué no hacía algo para "arreglar" esa boca.
Pero ella parecía feliz.
Parecía no preocuparse por sus dientes.
Solo alguien tan insegura y superficial como yo
podía obsesionarse con algo tan banal,
tan irrelevante.
Ahora me tocaba a mí…
Ahora era yo quien sería juzgada por estos dientes sobresalientes.
Karma is a bitch!
Me preguntaba si la gente me veía y se fijaba en los míos.
Empecé a cubrir mi boca al sonreír.
En retrospectiva, nunca estuve conforme con lo que fui.
Nunca estuve conforme con absolutamente nada.
Noche de abril
Era una noche de abril.
Qué delicioso volver a ser acariciada por la brisa del Atlántico.
La pandemia me tenía harta.
Iniciamos la conversación de forma natural,
como si fuera inevitable,
como si mi deber fuese hablar con ella.
Era dulce, linda, accesible, abierta, respetable.
Su presencia era un placer.
Su esposo era igual de amable: educado, encantador, gracioso.
Hablamos de la vida.
Hablamos de su hija y su familia.
Hacían una familia hermosa,
una energía magnética que los envolvía.
Mi ángel era dermatóloga de profesión.
Ella había visto mi rostro antes,
por eso lo sabía…
Había visto mi piel en la de alguien que amaba.
Conversó conmigo toda la noche,
y aunque lo sabía, no dijo nada.
Nunca mencionó lo que sospechaba.
Nunca habló de dolencias.
Las reglas sociales dictan que es inaceptable.
Pero, ya sea por pura casualidad o puro destino,
esa noche de abril la conocí.
Casualidad o destino
Era el día después de conocerla.
Lo que antes era normal,
ahora se sentía como un lujo:
estar en la playa.
La arena estaba limpia, la playa inmensa y vacía, ventosa; hermosa.
Llevaba un bikini, algo poco común en mí…
Siempre buscaba esconder la “barriguita”.
Sentía inseguridad al usarlo.
Mi vientre, aunque reducido,
siempre parecía hinchado,
como si lo poco que contenía no cupiese,
como una vejiga a punto de explotar.
Pero, al estar más delgada,
supongo que ahora era "aceptable" usar bikini.
De repente, mi amigo, el burlón, vocifera:
“La doctora dice que tienes algo raro… pero no sé qué.
Dice que debes ir al doctor. Debes ir a un reumatólogo.”
Ok, ¿qué hace un reumatólogo?
Mi corazón se hundía,
se ahogaba lentamente, sin salvavidas cerca.
Pero mis labios sonreían… como siempre.
Mis palabras se envolvían en burla e ironía… como siempre.
Mis manos sostenían un trago… como siempre.
No había otra manera de socializar.
Estaba segura de que algo andaba mal.
Encontrar a alguien que supiese de tan solo verme
era nuevo, impactante…
de alguna manera,
validante.
Aterrorizante.
Yo digo que fue el destino.
La chispa de la revolución
Esperaba ver por segunda vez a mi ángel.
Esperaba que regresara a esta inmensa playa.
La curiosidad me provocaba ansiedad.
Y la ansiedad, como es “natural”,
se combate con alcohol.
Cuando el alcohol no es suficiente,
el cigarrillo se hace presente.
Y al fin llega la luz de mi vida.
Pasa rápido, solo para despedirse.
Y se va…
En mi mente gritaba:
“¿Cómo que te vas?
¿Me transformas la vida y te vas?
Mi corazón sigue hundiéndose lentamente, ¿y te vas?
¡Sálvame! ¡Dame respuestas!
Enciendes la luz que he estado buscando durante años,
y… ¿te vas?
Así, como si no importara.”
Pensaba:
“Dime algo,
quédate conmigo.
Solo tú conoces mi cuerpo.
Solo tú conoces mis labios.
Solo tú conoces mis manos.
Solo tú conoces mi piel
Dime que todo estará bien.”
El trago me daba la apariencia de seguridad,
mientras la sonrisa omnipresente escondía la angustia.
Como siempre.
La luz
Esa tarde de abril,
cuando ella se acercó a mí,
su rostro era de preocupación,
estaba cargado de pena.
Sentía la compasión que ella llevaba por mí.
Finalmente, pude preguntarle.
Al parecer, mi posible condición era tan rara
que, de no haber sido por la experiencia cercana que ella había vivido,
mi ángel, doctora, dermatóloga,
tampoco la habría reconocido.
Y así, finalmente,
mis problemas ya tenían un posible nombre:
“Esclerodermia,”
también conocido como “esclerosis sistémica.”
¡Qué nombres tan horribles!
Qué conceptos tan lejanos,
tan extraños.
Y ahora yo,
la mujer "invencible."
La que no tiene fin.
La que se cree que se la sabe todas.
La que “no le tiene miedo a nada.”
Ahora estaba siendo oficialmente invadida,
destruida,
humillada.
Por un intruso.
Un desconocido invisible.
Un usurpador agresivo,
incontrolable,
carente de piedad.
Pero aún debía ir al reumatólogo para confirmarlo.
De nuevo, ¡¿qué hace un reumatólogo?!
Pensé: “Finalmente, mi estilo de vida me pasó factura.”
Ok, fuck it.
¿Estoy muriendo o qué?
Mi ángel ya se había ido.
Me dejó con la pista que buscaba,
que necesitaba.
Había cumplido su misión.
Ahora, mi destino iba a estar en manos de los profesionales…
¿O en las mías?
Así… frágiles y delgadas.
© 2024 An Guzmán
